sábado, 31 de julio de 2010

El arte en el espacio público: antes y ahora


La nueva exposición del Museo Reina Sofía, Manhattan, uso mixto, reabre el debate sobre las manifestaciones artísticas y políticas en el espacio público, y la evolución de las relaciones espacio urbano- espacio artístico desde los 70 hasta ahora. El espacio público está en constante proceso de cambio y mutación en paralelo a los cambios socio-ecónomicos, y el arte es el reflejo de estos cambios, bien sea registrando el proceso con el máximo realismo o evocando el subconsciente de toda una sociedad.

En los años 70 el espacio urbano sí que era público (en el más completo sentido de la palabra): la población salía a la calle a expresarse, la urbe era un foro donde la gente se comunicaba y luchaba por sus ideales, los artistas vampirizaban el espacio desinsutrializado y lo transformaban como espacio de expresión. "A principios de la década de 1970, la rezonificación de ciertos sectores del Lower Manhattan legalizó una situación de facto en la que los artistas se habían apropiado de naves fabriles en zonas parcialmente desindustrializadas, para utilizarlas a modo de estudio y vivienda. Este fenómeno había generado una comunidad artística incipiente, que pronto dio lugar a una red de instalaciones para satisfacer las crecientes necesidades de sus habitantes, desde restaurantes cercanos a galerías dirigidas por artistas y espacios de performances. El florecimiento de la escena del arte en el downtown, en los años setenta, transformó el Lower Manhattan, y lo que era un área de edificios ruinosos y abandonados, manzanas arrasadas y una zona portuaria desaprovechada devino un terreno expansivo y vital para las actividades de vanguardia. Hacia mediados de la década, el SoHo, epicentro de la zona, no sólo se había convertido en una meca para artistas y galerías de arte, sino también en un barrio en rápida gentrificación" (*), este es un buenísimo ejemplo de como era el arte (sobre todo el neoyorkino) en aquella época, y de su capacidad para utilizar el espacio público como medio para integrar a la población urbana en la propia vanguardia.
Tras los políticos años 70, llegaría la era post-industrial y el neoliberalismo, que acabaría con el espacio público, fragamentándolo y conviertiéndolo en "un espacio privado adaptado a un "público" que generalmente es una clientela de cosumidores selectos" (Chevrier).

En el siglo XXI no ha cambiado casi nada en el apartado socio-económico: los adolescentes vagan por las calles persiguiendo estéticas superficiales que suplan la identidad que les ha sido robada por la alienación capitalista, las multinacionales se apoderan de las aceras llenándolas de consumidores, etc. Pero parece que el arte, sobre todo el cine, no está dispuesto a volver a pasar lo de los 80, y están soplando (todavía levemente) unos vientos de cambio bastante positivos: por un lado el 3D actual parece que tiene los días contados, en Cannes surge la revolución y Apichatpong se lleva la Palma de Oro más justa de los últimos 30 o 40 años, la expansión de Internet permite que la gente vuelva a coger la cámara y bajar a la calle (Youtube tiene miles de videos nuevos cada día). Me alegra ver que Gus Van Sant ya no está sólo en el desierto de la vanguardia cinematográfica, y que, tras filmar el vagabundeo de cuerpos errantes en su magnífica tetralogía, hizo Milk, donde devuelve a nuestros tiempos el espíritu de comunidad y manifestación.


(*) http://www.museoreinasofia.es/exposiciones/actuales/manhattan.html

miércoles, 28 de julio de 2010

La imposibilidad del relato cerrado: the Lost Final



Bueno, pues tras dos meses ya he visto el final de Perdidos, y, sorprendentemente, he conseguido aislarme de toda información acerca de éste. Debido a lo pasado de moda que está este tema no voy a extenderme demasiado.
En estos últimos años han pasado por nuestras carteleras una serie de películas (casi todas norteamericanas) que se preguntan cómo narrar y desarrollar un relato tras una época (la posmodernidad, que sigue dando sus últimos coletazos) que mediante la repetición y la referencia había cambiado completamente el significado de la imagen y la ficción a partir de entonces. Clint Eastwood construía su díptico de Iwo Jima en la constante del cine de la división en dos partes (montaje), anulando a la obra de todo final, pues una película daba pie a la otra, y viceversa, en un bucle sin fin. David Fincher hablaba en Zodiac sobre la imposibilidad de cerrar el relato cuando la realidad y la sobreinformación se filtra y agujerea el relato. Michael Mann se olvida de crear un "gran relato" enfrentando al protagonista a su propia leyenda en Enemigos Públicos, y al final no hay conexión entre la dimensión humana y la mítica. (Y algo muy parecido ocurre en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, Shutter Island, Million Dollar Baby, etc). Son algunos ejemplos de una nueva corriente que se cuestiona sobre el estado actual de la narración, donde sin duda está Perdidos. Esta serie es la última gran narración, un artefacto creado básicamente para su autodestrucción. A medida que se avanzaba temporada tras temporada se iba abriendo en proporción un abanico espacio-temporal con cientos de códigos ficcionales, una auténtica bomba de relojería que no tardaría en estallar. Por eso cuando empezó esta sexta temporada tenía unas expectativas tremendas, quería ver como J.J. Abrams era capaz de finalizar esta ficción interminable. Y el final me ha dejado un sabor un tanto agridulce: por un lado da la sensación de que han intentado complacer a la audiencia cerrando tajantemente, pero luego (aunque se aleje de la corriente que comentaba) han conseguido magistralmenete darle un significado mucho más abstracto a esa (aparente) dimensión paralela, convirtiendola en una especie de limbo con el destino final de la reunión definitiva en un espacio donde (al igual que la isla) no existe ni el "aquí" ni el "ahora". Y así recordaré Lost, como una obra única que consigue extenderse supendida en el espacio-tiempo.

martes, 27 de julio de 2010

Central Kalahari GR

(1)


El territorio comprendido entre el norte de la Reserva de Khutse y el Lago Ngami es uno de los pocos sitios que el humano no controla, que se "escapa" de su dominio y donde la naturaleza no es alterada. Los pocos hombres que lo habitan están en armonía con el entorno, algo que ayuda a que este lugar siga siendo una frontera para el hombre occidental.
Me fascina el estudio antropológico de todos los pueblos indígenas, pero com los bosquimanos va más allá. Han sabido conservar una cultura milenaria riquísima en todos los ámbitos y aislarse como nadie de la presión global.
Para la descripción científica del Kalahari, cito al explorador y misionero David Livingstone (primero en atravesar el desierto en 1849):
"Se ha llamado desierto al espacio comprendido entre el río Orange, a 29º de latitud meridional y el lago Ngami al norte, y desde los 24º de longitud oriental hasta cerca de la costa oeste, porque no existen en él corrientes de agua, y porque contiene muy poca en sus pozos y cisternas. No debe creerse por lo tanto que carece de vegetación y de habitantes, pues, lejos de eso, se halla cubierto de hierba y de gran variedad de plantas, habiendo también en él grandes espacios en los que abundan los arbustos y hasta los árboles. Su superficie es notablemente plana[...]; y por sus solitarias llanuras vagan en número prodigioso clases de antílopes. los bosquimanos y los bakalahari que habitan el desierto, se alimentan con la caza de estos animales, además de la multitud de roedores y félinos que en él también se encuentran. [...]Los lechos de los antiguos ríos contienen mucha tierra de aluvión, que a causa de estar sumamente endurecida, permite que el agua de lluvia se comserve durante unos meses del año en los pozos que hay en ellos." (2)


(1) Fotografía perteneciente a http://www.panoramio.com/user/96569?with_photo_id=615797
(2) Viajes y exploraciones en el África del Sur, David Livingstone, Ediciones del viento, 1987

domingo, 25 de julio de 2010

Giovanna-Carlotta-Madeleine: retrato de una muerta


Desde la Antigüedad el Arte ha funcionado de diversas formas. Una de las más curiosas es cómo mediante el retrato se ha intentado inmortalizar a la persona o al objeto retratado. Louis XIV es el caso típico: utilizo su famoso retrato para asegurarse de que tras su muerte se conservaría parte de él. Es la verdad ontológica del arte, como dice Bazin; el Arte nace y se desarrolla como mecanismo para alargar la vida. Edgar Allan Poe ya apuntaba de forma muy poética estas ideas en su Retrato Oval, donde relata la historia de una joven que a medida que va siendo retratada (es decir, inmortalizandose) pierde la vida, con un final mítico en el que el pintor exclama "Ciertamente este cuadro, es la vida misma" y al volverse a su amada la encuentra muerta.
Con la reciente exposición del Renacimiento florentino en el Museo Thyssen este tema vuelve a surgir con el "cuadro estrella". Se trata del retrato de Giovanna degli Albizzi (izquierda), mujer de Lorenzo Tornabuoni, pintado en 1489 por Domenico Ghirlandaio. Un año antes muere a los 20 años de edad, y su marido encarga al pintor cuatrocentista que intente recrear, mediante las medallas y demás objetos con su forma, la imagen de su difunta esposa, para así sentir su presencia y matener vivo el recuerdo. Al ver este cuadro me viene a la cabeza la obra maestra de Alfred Hitchcock, Vertigo (1958), que sin duda aborda como ningún otro filme el tema de la distancia entre la vida y la muerte, y la presencia de un rostro fantasmal. Madeleine (derecha) es la prolongación de Carlotta (centro) en la ficción, como el retrato lo es de Giovanna en la realidad; así, también, Scottie hace de Lorenzo Tornabuoni como el hombre obsesionado con un rostro, con una mujer.
André Bazin decía que con la invención del cinematógrafo la ilusión y el reflejo de una vida eterna o prolongada eran sepultados, ya que el nuevo medio de registro era la cumbre del realismo. Pues bien Hitchcock nos demuestra que cuando ya no se puede utilizar el retrato de esa manera todavía cabe integrarlo en las propias ficciones. El cine no supone una barrera, al contrario. El retrato de Carlotta-Madeleine ejecutado por el genio inglés se encuentra más allá del dilema realidad-virtualidad, más allá de la Historia y las historias. El cine, cual espiral hitchcockiana, integra la Historia a la vez que avanza hacia rumbos desconocidos.