jueves, 16 de diciembre de 2010

"Quatuor pour la fin du temps" y la nota liberada



"Y Jesús les respondió: Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. Si alguno quiere cumplir su voluntad, verá si mi doctrina es de Dios o hablo yo por mi cuenta. El que habla por su cuenta, busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le ha enviado, ese es veraz; y no hay impostura en él." El Evangelio según San Juan, capítulo 7.

Un clarinete empieza el bosquejo de algo que parece melodía, al instante, violín y piano entran en la música: el primero contestando, el segundo acompañando. Los tres instrumentos se confunden en un impactante uso de los resgitros. Cuando parece que se van a encontrar, se repelen, como si las notas quisieran llegar solas, sin ningún acompañamiento temporal o instrumental, a ese destino final que es el silencio. El primer movimiento de Quatuor pour la fin du temps, de Olivier Messiaen, podría funcionar como leitmotiv (por decirlo de alguna forma) de la obra completa. Olivier Messiaen (1908-1992) sin duda es un místico, un artista profundamente impregnado de la doctrina y filosfía católica. Su obra NO está dirigida a Dios, su obra, según él, es una de las múltiples expresiones del Señor y se une con él. Pero, en el arte, cualquier discurso ético debe ir acompañado de una reflexión estética para tener un sentido. Por ello, el mérito de Messiaen es integrar lo espiritual en la experimentación musical. Y desde este punto abordaré la obra con los dos conceptos más reseñables bajo mi punto de vista: la atemporalidad de las notas y la contradicción misticismo-humanismo.
Durante todo el tercer movimiento, "Abîme des oiseaux", el clarinete en solitario suena suavemente, alargando las notas, despojándolas de su realidad en la composición y devolviéndolas a su realidad en la naturaleza. "Los pájaros son nuestro deseo de luz, de estrellas, de arcoiris, de cantos jubilosos". Para el compositor (también ornitólogo) los pájaros son una forma de huída hacia un territorio "puro", donde su canto no se ve contaminado por cualquier otra forma de medida y orden. El clarinete vive de los sonidos, los mantiene en suspensión, en el "abismo" del tiempo. Sonidos que nos recuerdan a músicas de épocas lejanas, primitivas, cuando la belleza y la armonía eran, en su desnudez, el fin de la música. Así, en esta pequeña pieza minimalista de cámara tocada por un sólo instrumento de la familia de los aerófonos Messiaen consigue expesar como en ninguna otra su concepción cuasi-bergsoniana del tiempo (como algo cuya percepción es interna) y su final llevando a los seres y a los astros a la purificación, a lo esencial. Paralelamente a este momento, se produce el Final de la Música tal como la entendió Messiaen, su proyecto vital ya está cumplido; en efecto, en el Quatuor se consigue la "nota liberada".
La otra característica clave de la obra del francés es la contradicción. Si bien es cierto que el arte en sí es ambiguo, la tensión entre las dos caras de una moneda. Por un lado tenemos su comentado misticismo, que como decimos es más un compromiso ético que religioso. Por el otro lado, su humanismo. No me refiero, como se podría pensar, a un Jesús de Nazaret trasnochado que rezara por la piedad para el ser humano, la cuestión es más bien musical. En su labor crítica Messiaen se mostró siempre del lado de una música "coloreada", con esto, más alla de su sinestesia, defiende la experiencia personal (y por lo tanto humana) de la Música. En su trabajo como compositor no hace falta salirse del Quatuor para comprobar su humanismo: sobre el estreno de la obra dice, "Un piano vertical había sido llevado al campo, muy desafinado,. en este piano, toqué mi Quatuor pour la fin du temps frente a una audiencia de cinco mil personasde las más diversas clases sociales -campesinos, obreros, intelectuales, militares de carrera, doctores y sacerdotes. Nunca se ha escuchado mi músicacon tanta atención y comprensión", que luego el vilonchelo Etienne Pasquier desmintiría, alegando que hubo sólo 400 espectadores. El simple hecho de multiplicar el número de espactadores, y señalar que eran de todas las clases sociales y oficios demuestra un absoluto respeto y amor hacia el ser humano. Esa ambigüedad, esa tensión entre misticismo y comprensión, entre lo litúrgico y lo poular, es la clave de la música de Olivier Messiaen, la coherencia de la contradicción.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Euskadi: Donostia-Bilbao.



Hace tres años descubrí un programa titulado Vaya Semanita en Paramount Comedy. Antes era para mí, como me pasa con todas las series de este canal, un programa que conocía de oídas, alguna imagen recordaba vagamente, pero poco a poco vas entrando, viendo cada vez más sketches y agradándote su presencia en la programación. El caso es que este programa producido por la ETB, pero conocido a escala nacional, concentra todo su potencial en la deconstrucción-exageración de "lo vasco" a partir de el los estereotipos. No era (ni es) una obra maestra de la TV (como si pueden serlo otros programas de la actualidad, Punto.Pelota por ejemplo) pero yo lo seguí viendo por puro entretenimiento. Llegó a tal punto la influencia de este programa que casi conocía más a los vascos que a la propia gente de Madrid (de donde procedo), y me generó tal curiosidad por conocer el espacio de esa cultura que me propuse ir este puente de diciembre allí.
Ya he vuelto de mi estancia en tierras vascas, satisfecho e incluso gratamente sorprendido, puesto que fui advertido previamente de la fealdad industrial de Bilbao y de la fugacidad de San Sebatián. El sabor de un pintxo donostiarra, la contemplación minuciosa de cada repetición serigráfica en un cuadro de Warhol, el rastreo de las "huellas" de Unamuno, el ambiente del reencuentro de dos equipos en el derbi de Euskadi... momentos únicos, propios de una cultura que sabe combinar como ninguna otra, tradición y vanguardia.