sábado, 26 de febrero de 2011

Premios Oscar 2011: la configuración de un horizonte.



A falta de aproximadamente 12 horas para que Anne Hathaway y James Fraco comiencen a presentar la edición número ochenta y tres de la Entrega de premios de la Academia de Cine, más conocidos como los Oscar, se vuelven a plantear nuevos caminos y horizontes, que para los menos escépticos se pueden decidir en la gala. Si el año pasado la toma de partido por el buen cine era clara, este año domina la ambigüedad (que es duplicada por la suma de 5 innecesarios títulos más en la nominación a la mejor película).
Yo, en efecto, fui uno de los tantos aficionados al cine que se alegró de que una película como The Hurt Lucker (Kathryn Bigelow, 2008) fuese la gran ganadora de la noche, en primer lugar porque en muy pocas ocasiones la Academia de Hollywood ha premiado el buen cine americano y The Hurt Lucker es, sin duda, una muestra de él (el film de Bigelow explora las nuevas capacidades del relato volviendo la vista a la antropología mediada por el cinematógrafo que hicieron Cimino y Coppola en el ocaso del New Hollywood, algo que es una conquista mayor); por otra parte, el hecho de que ganase a Avatar (James Cameron, 2009), símbolo de esa nueva cortina de humo contra la crisis que es el 3D, supuso la devolución a estos premios de una seriedad que perdieron a principios de los 90.
Si bien es cierto que este año los discursos ético-artísticos son similares, y, como he dicho antes, la opinión del buen gusto está dividida, se pueden observar algunas batallas que el cine tendrá que luchar.
Empezando por los pesos pesados en lo que a nominaciones se refiere, tenemos El discurso del rey (Tom Hooper, 2010), una película tan correcta como académica, que nos cuenta la enésima historia del líder empequeñecido por una deficiencia física. En su día, Truffaut dijo algo así como que es imposible que los británicos hagan una película buena, y, en parte, tiene razón: en toda la Historia del Cine, es díficil encontrar un director inglés iconoclasta, que se plantee ciertas cuestiones más allá de la pura corrección, e incluso en la época Punk, ese cine queer más experimental no terminaba de huir de ciertos recursos formales que tanto han caracterizado al cine británico. Lógicamente esta incapacidad para renovarse no deriva del ADN inglés, como se podría malinterpretar la teoría de Truffaut, sino de esa larga tradición teatral que hace que para los británicos el cine sea una mera prolongación.


Después tenemos mi favorita, La red social (David Fincher, 2010), una auténtica obra maestra. No hace tanto tiempo que David Fincher era un simple realizador de videoclips, un vendido a la posmodernidad más barata. Esto se prolongó en su entrada al cine, donde títulos tan insulsos como El club de la lucha (1999) o Se7en (1995) hacían las delicias de la cinefilia más pueril. Pasaban los años y no se veían signos de madurez, quizás por su juventud, quizás por la obsesión por el artificio de la que ningún director americano escapó en los 90. Pero, de improviso, llegó Zodiac (2007), una obra que, como definió Jaime Pena, frenaba justo antes de caer al abismo de las nuevas formas narrativas. Sin duda fue la gran sorpresa del año: David Fincher encabezando una nueva ola del cine americano que destacaba la serenidad, la preocupación por las capacidades de la narración y el retorno al clasicismo. A partir de entonces todo cambió. Justo un año después el director de Colorado nos emocionó a todos con El curioso caso de Benjamin Button, un homenaje a las películas sobre la herencia, la muerte y el paso del tiempo. Parecía la película indicada para que por fin se llevase la preciada estatuilla, pero ésta sería usurpada por la abyecta Slumdog Millionaire (Danny Boyle, 2008). Hoy, su nueva película, La red social puede ganar hasta 8 estatuillas, y así hacer justicia. Y es que la película no es para menos: al igual que en Zodiac, Fincher vuelve a explorar los nuevos caminos del relato, en este caso del género biográfico, dentro de la actual hiperfragmentación; cómo reintegrar la transparencia y sencillez de la screwball comedy en la era de Facebook y Twitter. Un film a tener en cuenta.
En un segundo plano nos encontramos con gran variedad de películas que, a pesar de sus evidentes diferencias, encuentran puntos en común de cara al futuro. Desde la nostalgia por el primitivismo de antiguas formas del cine americano en Valor de Ley (Joel y Ethan Coen, 2010) hasta las variaciones del american way of life en Los chicos están bien (Lisa Cholodenko, 2010), pasando por la extraordinaria The Fighter (David O. Russell, 2010) y la dantesca Origen (Christopher Nolan, 2010).


Como dije en párrafos anteriores, esta edición no es como las anteriores, pues no hay una clara confrontación de discursos. ¿Significa esto el comienzo de un nuevo panorama en el cine americano? ¿o, al contrario, un cierto acomodamiento? Sólo el tiempo, y no los premios, lo dirá. Hasta entonces, disfrutemos del show que está a punto de comenzar en el Teatro Kodak