viernes, 19 de noviembre de 2010

Evolución y mutaciones de la imagen: los trenes.

A veces es interesante volver la vista atrás. Cuando vemos un blockbuster en la actualidad no nos paramos a pensar que también tiene una historia, y que es una coordenada por la que pasa la "ruta espacio-temporal" del cine, nos guste o no.
Viendo Imparable (Tony Scott, 2010) me dan unas ganas tremendas de aprovechar el objeto central de la película (los trenes) para poder hacer un estudio de la evolución del cinematográfo desde los trenes en los Lumière. Empecemos. En 1895, Louis Lumière realiza una película de cerca de un minuto de duración en la que registra la llegada de un tren a la estación. Son tiempos especialmente bellos para el cine, los de su inicio. Es un territorio ajeno y desconocido que el ser humano tiene que colonizar como si de las Indias se tratase. Las imágenes son puras, científicas, se limitan en registrar, despojadas de cualquier connotación o doble sentido. Una estructura básica dividida en dos: la espera y la llegada final, no necesita de nada más. Este es el único momento en el que la Realidad y el Cine van a estar unidos completamente.
Por otro lado, tenemos al esteticista Tony Scott dirigiendo una película "sobre trenes" más de 100 años después. Claro que la forma es muy diferente: aquí no hay hueco para la espera, todo es una avalancha de planos de "usar y tirar" montados a la velocidad del tren: "imparable". Se trata de la famosa crisis de la imagen-espectáculo, provocada el famoso 11-S y su retransmisión: la película sólo encuentra interesantes las imágenes anteriores al choque, del tren y del lugar, mientras que, curiosamente, la mayoría de los planos que duran más de 3 segundos son los de la TV, que muestra la catástrofe completa. La ficción norteamericana está dañada, ya no puede enseñar (éticamente) lo que mostraba antes. Por eso recurre a la TV, considerada como un medio de textura distanciada y tono frívolo, para suavizar las imágenes y poder centrar la atención (o desviar el escándalo) en narraciones estúpidas, obscenas, llenas de maniqueísmo.



Son dos puntos cardinales en la evolución del cine, que demuestran que, si es que es un arte, el cine es el más impuro de todos ellos, y el más propicio a las mutaciones paralelas a los cambios políticos y sociales. Ciertamente podía haber hablado también de otros trenes, como los de Benning, que darían paso a otros rumbos del cinematógrafo. Sin embargo, he preferido centrarme en estos dos ejemplos, pues ambos son acontecimientos de masas y no de minorías.


No hay comentarios:

Publicar un comentario