sábado, 30 de julio de 2011

Jean Renoir-Édouard Manet: violencia y belleza en el gesto.


Todos los años, cuando llega el verano, muchos cinéfilos tenemos la necesidad de hacer un hueco en nuestro apretado horario de playa y piscina para acomodarnos en el sofá y disfrutar alegremente con películas vitalistas, que transcurran en esta época del año, donde los protagonistas, ajenos a las preocupaciones de la rutina invernal, bailen, beban y sepan apreciar la volatilidad de la vida en una conversación con amigos, tumbados en la playa... o en la hierba. Le déjeuner sur l'herbe (Jean Renoir, 1959) pertenece a este tipo de películas. El filme comienza mostrando el anuncio en televisión del compromiso entre el científico y candidato a la presidencia Etienne Alexis, y una fría condesa, que se celebrará con un picnic. De golpe, la narración se desvía hacia la historia de Nenette, una campesina que quiere tener hijos por el método desarrollado por el científico Alexis: la inseminación artificial, que acaba con cualquier rastro humano del acto más humano que hay. Para conseguir hablar con su admirado científico Nenette consigue ser admitida como empleada en los servicios del catering del famoso picnic. Pero la comida en la hierba no se desarrolla como lo esperado y una fuerte ráfaga de viento cambia absolutamente la dinámica del relato, enfrentándonos a nuevos líos y situaciones inesperadas.



Esta película reúne, de forma minimalista, todos los rasgos y valores humanistas que ya habíamos visto en tantas otras películas de Renoir: relato coral donde todo el mundo tiene sus razones y argumentos, juego de máscaras entre miembros de la alta burguesía, manifestación de deidades como si de otro se humano se tratase... Pero lo que vamos a analizar aquí es algo que ya se manifestaría de forma más explícta en otra de sus obras maestras -Partie de campagne (1936)- que es la relación de su cine con la pintura. No entraré en un tema tan utilizado como la figura de su padre (si es que es posible), pues de hecho Le dejenuner sur l'herbe me recuerda más a otros pintores, en especial a Édouard Manet. La comparación es fácil si se piensa que Manet tiene una obra llamada exactamente igual que la película de Renoir, pero estas aproximaciones temáticas nos ofrecen un mundo de similitudes y diferencias en su tratamiento del lienzo y la pantalla. El primer Le dejeuneur sur l'herbe, pintado por Manet en 1863, supone un radical avance, no sólo en cuanto a pintura de exteriores se refiere, sino para el arte en general de ese momento. El cuadro representa un almuerzo donde observamos en primer plano dos jóvenes dandis conversando; junto a ellos una mujer, la modelo Victorine Meurent, despojada de su ropa (sobre la que se sienta) mira directamente al espectador; en un segundo plano, podemos observar una mujer agachada de tamaño misteriosamente desproporcionado comparado con la barca que vemos a la derecha del lienzo; y en la esquina izquierda de la parte inferior del cuadro unos frutos esparcidos sobre una tela azul forman un pequeño bodegón que el pintor se permite encajar. Y es con estos elementos tan simples en apariencia como Manet rompe con los códigos de representación clásicos y academicistas presentando una obra de una modernidad difícilmente igualable en el siglo XIX: en el tema principal, el artista parisino crea una atmósfera agresiva y política con el contraste entre el cuerpo completamente desnudo de Victorine y la formalidad burguesa de los dos hombres, además esta violencia se ve acentuada por el bodegón, cuyo clasicismo hace entrever sutilmente la presencia-ausencia de esa aparente ruptura; por otro lado, la desproporción en el espacio de la mujer del fondo es un hallazgo formal si cabe todavía más extraordinario, acabando con un realismo canónico en la perspectiva. Y es que sin duda, la figura fantasmal del realismo está presente desde la misma concepción del cuadro, como palimpsesto de un trozo del Juicio de Paris del grabador italiano Raimondi, que a su vez era copia de una obra de Rafael. Volver a los orígenes de un sistema que llega a su fin, como modo de seguir avanzando o simplemente para enfrentarlo al abismo de los nuevos tiempos.




Lo que parece claro es que la importancia está en los cuerpos y su representación: la postura, el movimiento, la expresividad, la luz, el color... Así, la palidez del cuerpo desnudo de la modelo de Manet nos lleva inevitablemente a la tez de la "modelo" de Renoir, Nenette. La escena de la película plantea las mismas cuestiones casi 100 años después,: la realidad política y la crudeza del contraste vuelve a atravesar la solemnidad del bosque y del río, pero mientras que la revolución de Manet se concentraba en mostrar el vacío tras esa quiebra, Renoir lo utiliza para despojar al ser humano de sus ataduras sociales y encontrar esa "belleza intrínseca del gesto" de la que hablaba Rohmer.

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