lunes, 13 de septiembre de 2010

Two lovers (4)

"Crecí en una mansión de Queens, un chalet parecido al de Mark Wahlberg en La noche es nuestra. En Queens hay una especie de pathos obrero. Veía Manhattan a quince kilómetros a través de la ventana de mi habitación, cercano e inalcanzable a la vez. En realidad, lo único que veía de Manhattan eran las azoteas de las Torres Gemelas. Tal vez por eso tardé un mes en volver a escribir después del 11 de septiembre. Estaba petrificado, tenía miedo." (James Gray, entrevista de Cahiers du Cinema a propósito de La noche es nuestra)











Soy un efímero y no demasiado descontento ciudadano de una metrópoli crudamente moderna ya que, tanto en los mobiliarios y en el exterior de las casas como en el trazado de la ciudad, sus habitantes han evitado cualquier gusto conocido. Aquí no hallaríais vestigios de ningún monumento de superstición. La moral y el lenguaje han sido reducidos -¡por fín!- a su expresión más sencilla. Estos individuos que no necesitan conocerse llevan de forma tan similar la educación, el trabajo y la vejez que el transcurso de sus vidas debe de ser mucho menos largo de lo que señalaba una loca estadística con respecto a los pueblos del continente. Por eso, desde mi ventana, veo nuevos espectros errando por entre la espesa y eterna humareda de carbón -¡nuestra sombra de los bosques, nuestra noche de verano!-, veo nuevas Erinias ante mi pequeña casa rústica que es mi patria,, que es mi entero corazón puesto que todo aquí se asemeja a éste, veo a la Muerte sin llanto, nuestra activa doncella y servidora, veo un Amor desesperado y un hermoso Crimen gimiendo en el fango de la calle.

Ville
(Iluminaciones), 1876. Arthur Rimbaud.

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